jueves, 3 de abril de 2014

UN MUSEO DE SÍ MISMO II - La Casa de la Opera de Amargosa

Marzo del 67. Hastiada de Broadway, la bailarina Marta Becket se lanzó a una gira en solitario a lo largo del país. Mientras esperaba a que le cambiaran su rueda pinchada en una estación de servicio en las afueras del Valle de la Muerte, Marta paseó por el ruinoso poblacho de Death Valley Junction, abandonado décadas atrás. Allí dio con una antigua sala de fiestas que antaño había albergado proyecciones para las familias de los empleados de la compañía minera Pacific Borax, antiguamente establecida en el lugar. En un arrebato inexplicable, Marta decidió que aquel sería su escenario definitivo. Adquirió por cuatro duros el teatro y no sólo lo reformó, también dedicó los siguientes seis años a decorarlo. Para asegurarse algo de público pintó en sus paredes un mural presidido por los mismísimos reyes de España y su corte, además de una cuadrilla de prostitutas, monjas curiosas, nativos americanos, alabarderos, saltimbanquis, exóticos gitanos, e incluso sus propios gatos... y convirtió el techo en una suerte de Capilla Sixtina, sólo que sustituyendo al Todopoderoso por Nostradamus (¿?).



Su excéntrica hazaña atrajo a infinidad de curiosos, que con el tiempo se convirtió en público fiel. Durante cuarenta años, Marta actuó dos veces por semana, hasta que, en febrero de 2012, se vio obligada a realizar una retirada forzosa. Dicen que todavía, en ocasiones especiales, sube al escenario para ofrecer su One Woman Show, en el que interpreta a infinidad de personajes.


Nuestro anciano guía Roberto sólo hablaba maravillas de aquella dama. Claro que él mismo contaba con su propia historia: fugado también de Nueva York, llegó hasta California, donde trabajó, por este orden, como camarero en varios locales, gerente de un burdel, conserje de un colegio y finalmente acabó en aquel pueblo que actualmente cuenta con tres habitantes.      


Fue él quien nos recomendó tomar el dudoso atajo que debía llevarnos a Las Vegas. Un tramo desierto que me recordó inevitablemente a Carretera Perdida, la película de David Lynch. Descubro ahora para mi asombro que, efectivamente, circulábamos por el lugar donde se grabaron estos títulos de crédito.



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