Aprovechando la reciente visita de Sprocket y Estimorol, nos
asomamos por el Museo Bohart de Entomología. Museo que no es tal, sino un lugar
de trabajo, donde eso sí, te reciben de brazos abiertos y no dudan en abandonar
lo que estén haciendo para atenderte.
Nada más entrar, un chico acomplejado pero muy atento, se
ofreció a guiarnos por el laboratorio ofreciendo todo tipo de explicaciones y
respuestas a nuestras estúpidas preguntas. Tan a gusto estuvimos que la cosa se
prolongó una hora, a lo largo de la cual nos dejó jugar con los insectos palo,
la menos peligrosa de sus tarántulas y, aprovechando su especialidad, nos reveló
algo que desde entonces no he podido dejar de rumiar.
Se conoce que un profesor de la universidad ha publicado recientemente
una clasificación de todas las especies de avispas atendiendo al dolor que
producen sus picaduras. En índices del uno al cuatro, siendo el primero un dolor llevadero, y el cuarto tan terrible que
queda reservado a un espécimen en exclusiva. La pregunta en esta ocasión no
parecía tan ridícula: ¿Cómo hizo el tipo para distinguir los matices? Pues
sometiéndose él mismo a todos los aguijones. Hay que respetar el compromiso de
un científico que no duda en convertirse en parte integrante de su
investigación, como lo de Albert Hoffman con el LSD o los Curie y la radiación.
Aunque justo es decir que en estos casos se expusieran de manera involuntaria.
Por otra parte, podría argumentarse que esa actitud atenta contra los principios
de la objetividad científica, donde el observador nunca debería implicarse en
su estudio. Si sumamos además la creencia extendida de que todos percibimos de
manera distinta y que el umbral de dolor difiere en cada sujeto... ¿Podemos
afirmar que lo que este voluntarioso investigador hacía era, efectivamente,
ciencia? A mí me gusta creer que sí. Puede que no una ciencia entendida como
conocimiento universal, sino algo mucho más intimo. Una ciencia de sí mismo.
(.)
el otro día en un documental decían que como más pelo tienen las tarántulas, más dóciles son.
ResponderEliminarque profundo esta oiga.
y cúal es su ciencia le pregunto yo maestro raspa?
besos.
Pues tiene sentido, eh, según nos contó nuestro guía un mecanismo de defensa de las tarántulas (tras tratar de huir y ponerse a dos patas en posición amenazadora) es disparar los pelillos de su abdomen hacia quien considera un agresor. Por lo visto, éstos están impregnados con dosis mínimas de veneno, y sirven como advertencia de lo que supondría su picadura. Si eso es cierto, la alopecia podría interpretarse como una advertencia de que el espécimen no está dispuesto a que le tomen el pelo.
EliminarEn respuesta a su pregunta, yo diría que mi ciencia es la pérdida de consciencia.
(.)
jaja, me lo imagino en un centro comercial con un stand como de perfumes pero de avispas, y diciéndole a la gente con voz de Alfred "Qué tipo de avispa le apetece señor? desea probar nuestra galardonada Picadura de Avispa de Borneo?"
ResponderEliminarYo me quedo con el "se conoce que..." . A pesar de la distancia, uno no pierde sus raíces... jajaja.
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